El cura Pérez, otro personaje del Junior

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El cura Jorge Pérez en la pista atlética el estadio Romelio Martínez.
POR: JAIME RUEDA DOMINGUEZ
A propósito de los 98 años que celebró ayer 7 de agosto el Junior de Barranquilla, festejo empañado por la inesperada derrota 2 a 1 ante el Once Caldas, y en la medida en que se acerca el centenario, se van desempolvando viejas historias, anécdotas y personajes ligados a la institución.
Lo recordamos perfectamente. Se llamaba Jorge Pérez y vivía en su propia casa en la Kra 47 con calle 74, frente al apartamento de ex futbolista samario, Pedro Vásquez, fallecido hace una semana en Barranquilla.
En esa acera residían familias tradicionales como los Vergel, Villa, Lizcano, Barboza, Brito, Díaz, y otras más.
El estadio Municipal quedaba a la vuelta de la esquina, bautizado después el Romelio Martínez, por iniciativa de Chelo De Castro.
Los barranquilleros lo conocían simplemente como el cura Pérez y los medios de comunicación se referían a él como “el capellán de Junior”.
Era de mediana estatura, robusto y colorado, siempre enfundado en su sotana blanca.
Por Carlos Sojo nos enteramos que era cucuteño.
En el frontis de su vivienda había una placa de bronce incrustada en la pared que decía: “Jorge Pérez, presbítero”.
Esa palabra indicaba que, sí era sacerdote, pero con ciertas restricciones para oficiar lo que comúnmente hace un religioso que vive en su iglesia, parroquia o seminario. Pero este no es el caso.
Tenía su propia servidumbre y el hijo de la muchacha se llamaba Uriel; entendemos que el cura le costeaba sus estudios y manutención.
El cura tenia la costumbre de sentarse en la zona peatonal de su casa, en una mecedora con espaldar de lona, donde saludaba a los vecinos y transeúntes que pasaban por la puerta de su casa..
El cura Pérez era un hincha furibundo del Junior de Barranquilla. No “pelaba” partido de local a finales del 60 y comienzos del 70.
Iba al estadio de sotana blanca, gafas oscuras y kepis como en la imagen de apoyo.
No se sentaba en la tribuna de Sombra, Sombra Lateral, ni en la popular de Sol.
Además, el Romelio Martínez nunca tuvo palcos, excepto las cabinas de transmisión construidas detrás de Sombra Lateral, para la Copa Libertadores de 1971, para enfrentar al Deportivo Cali (campeón del 70) Barcelona y Emelec de Ecuador, quedando eliminado en primera fase.
Sombra lateral, fue el nombre que se inventó la directiva de Junior para cobrar una entrada intermedia, entre Sombra y Sol, pero era una asoleada de playa, y quedaba a un costado de la tribuna techada.
El cura Pérez llegaba al estadio con un cojín y ya le tenían su asiento en la pista atlética, donde se acomodaba en la misma zona de la banca técnica de Junior.
Seguramente con la anuencia de las directivas del club y del cuerpo técnico.
Era polémico, malgeniado y al mismo tiempo risueño. Le protestaba a los árbitros las decisiones que a su juicio perjudicaban al Junior.
Leopoldo Bayuelo Montes escribió en la red social: “Inolvidable el cura Pérez. Hasta un día se metió a la cancha a protestar una decisión arbitral. Él, y Sor Magaly, una monja que recuerdo por su juventud y serena belleza, han sido dos de los más grandes fans del Junior en su historia”.
Una vez tuvo un encontrón muy fuerte con el árbitro, Guillermo “el chato” Velásquez, quien lo acusó de camuflar bebidas embriagantes debajo de la sotana e introducirlas al estadio. Fue todo un escándalo. Lo del revólver nunca nos enteramos Didier.
Fernando Forero Jaramillo, hermano de los colegas Henry y Oscar, escribió en Facebook: “Prestaba plata al 2 %. Era  muy serio y discreto. Ayudaba a mucha gente.”
Finalmente, una anécdota personal. Una vez estábamos leyendo el capítulo 6 del libro de Génesis, que en los versículos 1 y 2 se dice que “los hijos de Dios se fijaron en las hijas de los hombres”. Notamos que claramente se describían dos grupos.
Nosotros vivíamos en la calle 76 con 47, a escasas dos cuadras. Fuimos inmediatamente a la casa del cura Pérez a que nos explicara el relato, que pone en contexto los antecedentes del Diluvio.
Y como decía Edgar Perea, quedamos “de una pieza” al escuchar su lacónico “no se”.