La Tienda El Porvenir marcó mis primeros años

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La tienda El Porvenir, en la 76 con Olaya.
Por: Jaime Rueda Domínguez
Un recuerdo para mis vecinos de la época: la tienda El Porvenir, en la esquina de la carrera 46 con  calle 76, sobre la acera suroriental.
La tienda de mi niñez, adolescencia, soltería y ya casado.
En sus comienzos rodeada solo de residencias y cuando no habían pavimentado la 76, hecho que se produjo en 1960.
A propósito, a la 76 le decían “la lengua” porque siempre estaba mojada y en la foto está la prueba.
En su puerta había un paradero de buses de la ruta Prado Porvenir, que muchas veces se negaban a recoger a los pasajeros cuando el semáforo estaba en verde. El venía por la 49C, cruzaba a la derecha en la calle 79 cuando era doble vía y luego a la izquierda en la carrera 46 donde vía la familia Muñoz Visbal y diagonal estaba la tienda Tequendama.
Allí me embarcaba yo cuando comencé a bajar de mi cuenta al Centro desde los 10 años, cuando no habían los depredadores de hoy y enfermos sexuales de hoy.
El Porvenir tuvo muchos dueños. No era una cantina, pero vendían cerveza y otros licores. De ahí Zoilo De Paz, un parrandero insigne, quien vivía por la Kra 45, y terminaba chapeto de Ron Blanco, puro “gordolobo”.
En los 80 decían que esa esquina la había comprado don Roberto Esper.
La gráfica me la envió desde Bogotá, mi hermana menor, Marthica, y fue captada por mi hermano mayor Daniel, quien falleció el 24 de junio de 2018, cuando la tienda ya estaba cerrada, durante los últimos años antes de ser demolida para construir una estación de gasolina en su lugar.
Era la tienda más cercana a mi casa, a solo una cuadra. Con el tiempo le pusieron orinal, que jamás utilicé.
Seguramente nació con el barrio que construyó don Ángel María Palma en la década del 40, en 44 hectáreas de su propiedad, al tiempo que en Soledad, su tierra natal, hacía otro barrio con el mismo nombre.
Al lado de la tienda por la 46 estaba la peluquería de Choperena, conocido solo por su apellido; desconozco su nombre completo.
Después vino otro peluquero, muy parecido a Lucho Bermúdez, el señor Soto, cuya esposa tenía en el rostro las secuelas de la viruela.
Y contiguo por la calle vivía el pianista Hugo Anaya.
Bastante salchichón y bolas de trapo que compré yo ahí, y obedientemente fui muchas veces a hacer “el mandao” que me pedía mi mamá, antes de que partiera en 1976.